jueves, julio 19, 2007

Qué lo parió

Grande de verdad, el Negro Fontanarrosa nos dejó a los 62 años. Humorista, fana de Central, fue uno de los creadores de la literatura futbolera. Y un genio.

Nos dejó un hombre genial; mal dicho, "irrepetible" (como si algún ser humano no lo fuera). Nos dejó de a poco, como avisando "un día de éstos entrego el último chiste". ¿Podemos hablar de chistes? Sí, nos hace reír con ganas. Pero hay en lo suyo observaciones de un tipo lúcido, un representante del modo del atorrante ilustrado de los que quedan pocos; si quedan. Atorrante sin perder fineza, estilo ni buen gusto. Ilustrado, también en el mejor sentido. Con mucho libro y reflexión encima, pero capaz de percibir lo popular, esa condición esquiva, equívoca también y resbaladiza que, mal tratada, provoca catástrofes culturales. Al Negro le salía así, sentía eso como propio, pero ni aun intentándolo podría haber sido un chabacano de sobremesa. Como anticipando el capo del humor que sería luego, ya picaba alto en la mítica y transgresora Satiricón del 73, reveladora de talentos, donde empezó a publicar "un rosarino que la rompe"; definición, y espacios en la revista, que también les cabían a Crist, compinche cordobés, apasionado por el dibujo, un personaje. Ambos compartían locuras con los pícaros vagos de Hortensia, esa chispa de humor nacida en Córdoba y que explotó enseguida en la Capital. Son muchos recuerdos... Los finales de los 70, plena dictadura, cuando desprevenidos intendentes nos invitaban a muestras de humor gráfico sin avivarse de que alojaban a más de un brioso y contestatario dibujante, a contramano de la censura. Y las épicas ravioladas preparadas por las damas del pueblo, la sobremesa bien regada, con la gente pidiendo dibujos y el Negro siempre dispuesto a regalar sus "monos" sobre el mantel de papel, una servilleta, lo que fuera, con su estilo nada académico pero eficaz para su mensaje y sus guiones, de una inventiva e ingenio únicos. Y los desordenados picados post ravioles, un riesgo para la salud (el picado, no los ravioles). Una vez, él en Rosario ilustrando, yo en Buenos Aires escribiendo, nos pidieron un Diccionario del Fútbol. Quise coordinar y le leía al Negro mis definiciones. El (tarea imposible por teléfono) me contaba sus chistes, adaptados a los escritos. Un lío, hasta que empezó a mandar lo que se le ocurría. Conclusión: los dibujos superaban a los textos, y fue la gran solución. Del Fontanarrosa futbolero se habla en otras columnas. Del que incluía el más puro folclore de la globa en sus cuentos elijo una perla. Un compañero de equipo (Lalo, o Lala) se descontrolaba en los partidos, y otro lo calmaba: "¡No te enloquesá, Lalita!". Bellísimo atropello a la gramática que pide un lugar en cualquier enciclopedia.

Bien, ya pasó. El Negro se fue. "Queda su obra", se dice. No es igual. Y hay conmoción y dolor. Todo, por un humorista, un creador ingenioso, profundo. El merece esa reacción de la gente. Perdón, aún me cuesta decir "merecía".

TOMAS SANZ tsanz@ole.com.ar

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